Como final de viaje habíamos dejado la que es capital de la región de Puglia, segunda ciudad del sur de Italia tras Nápoles y dotada también de un carácter inconfundible y que no pasa inadvertido al viajero. Pero antes de llegar aún queríamos hacer la última parada, a tan sólo unos kilómetros de esta ciudad, en la localidad de Bitonto, casi pegada al aeropuerto al que habíamos llegado hacía ya más de una semana. A pesar de que el objeto de nuestra visita era la catedral normanda, que habíamos leído que era el paradigma de las catedrales románicas de Puglia, la verdad que el paseo por las calles del pueblo, tranquilas y limpias, nos pareció muy agradable y sinceramente pensamos que quizá merecía una visita más prologada que la que hicimos. Sólo la catedral nos ocupó una buena hora de nuestra última tarde. Y es que no en vano estaba reseñada en las guías como exponente del apogeo de este románico único y espectacular, fruto de las influencias del diverso origen de las poblaciones locales y del rico intercambio cultural que floreció en Puglia generado por las Cruzadas.
Nos costó un poco encontrarla ya que, como siempre, no había muchas indicaciones y tampoco vimos ni oficina de turismo ni casi nadie por la calle. Al final preguntamos y sí que terminamos en la preciosa plaza a la que da el lateral occidental del templo. Lo primero que llama la atención es la grandiosidad de su longitud y su bella unidad de estilo, debida a que se construyó en tan sólo 25 años (1175-1200). Desde la plaza uno no puede dejar de remarcar la espectacular galería superior, muy esbelta y sostenida por unos impresionantes capiteles de formas animales y vegetales, de influencias sirias, como también las hay en la portada, que no es menos espectacular con su exuberante decoración. Quizá su perspectiva queda reducida porque el espacio que queda entre ésta y el palacio que está justo enfrente es un poco estrecho.
Cruzando al otro lado de la catedral se entra por una especie de puerta a un patio interior al que da el lado oriental y desde el que se accede. Estaba abierta y justo había unos turistas alemanes que la visitaban, ayudados por el sacristán, un hombre muy simpático y que chapurreó con nosotros español de puras ganas que tenía. El hombre sabía bastante y nos condujo en primer lugar a la cripta , que era en realidad la basílica paleocristiana de los siglos V-VI, en la que un bosque de columnas coronado por bellísimos capiteles representando leyendas, animales fantásticos y seres mitológicos nos sobrecoge ya que quedan prácticamente a la altura de la mirada. También hay un par de frescos de influencia bizantina que me gustaron especialmente.
Desde ahí se accede a una de las mayores singularidades de esta catedral en la que en el año 1991, a raíz de unos trabajos de restitución del antiguo pavimento de la nave, se encontraron elementos del pavimento antiguo de un tal valor que se decidió comenzar un maravilloso y larguísimo trabajo de restauración a lo largo del cual se han hecho una serie de hallazgos asombrosos de restos de frescos y del pavimento tanto de la primitiva iglesia paleocristiana como de la posterior altomevieval. Los restos han quedado visitables en un área subterránea que cuenta con explicaciones detalladas y donde nos detuvimos a admirar sobrecogidos los diferentes niveles arqueológicos del que la estrella es un inmenso grifo del mosaico de estilo normando que debió decorar el pavimento inicial de la catedral, parecidos a los que hay aún conservados en parte en Trani u Otranto. El mosaico, en perfecto estado de conservación, también se puede ver desde la nave de la catedral, casi en la puerta, ya que se ha hecho un agujero en el suelo y se ha acristalado para poder observarlo. Fue muy especial verlo solos, con esta pareja de jubilados alemanes que mostraba casi tanto estupor como nosotros con lo que estaban viendo.
La catedral en sí es también bellísima, aérea y luminosa como lo son en Puglia, y en la que destaca la decoración orientalizante y el bellísimo ambón con el relieve que muestra al emperador Federico II despidiéndose de su familia antes de partir a las cruzadas.
La visita es muy recomendable, te deja en un estado de placer inexplicable. Tanto que no pudimos evitar pedirle al sacristán si tenía algún librito o algún souvenir y nos llevó a la pequeña librería con la que cuentan donde compramos un par de libros sobre la catedral y los trabajos arqueológicos y alguna que otra postal. Allí seguimos charlando un poquito con él, aunque fue sobre todo él quien nos hizo a nosotros más preguntas, de cosas relacionadas con España y el arte románico sobre todo. Fue una visita muy especial.
Tras este capítulo, la llegada a Bari supuso un contraste bastante fuerte. Para empezar, nuestro hotel (no sé por qué, pero nos costó mucho encontrar uno que no fuese desorbitante de precio o que no estuviese en las afueras) al final era un horrible hotel antiguo y no demasiado limpio, justo al lado de la deprimida zona de los alrededores de la estación. La primera impresión no fue buena ya que Bari es una ciudad muy caótica y no nos entendíamos bien con el frenesí de tráfico, peatones, gente incumpliendo las normas, ruido, desorden, suciedad... Pero al fin aparcamos y dejamos las maletas en el hotel, en el que no estuvimos más de 15 minutos pues era un poco deprimente. Era primera hora de la tarde y nuestra idea era aprovechar para visitar el mayor número de cosas posibles. No teníamos ya muchas fuerzas ni mucha capacidad de asimilación, pero entusiasmo no nos faltaba.
Una vez atravesada la estación, cruzamos todo el ensanche del siglo XIX ideado por Murat, que en realidad es como si fuera otra ciudad. La ciudad antigua queda como en un cabo que se adentra en el mar, al final del ensanche, cerrada por sus murallas que no se conservan enteras, pero cuya línea aún queda visible por el dramático contraste que supone el cambio del casco antiguo de trazado medieval al ensanche Murattiano, de manzanas perfectamente cuadradas y edificios decimonónicos o modernos (según el caso, ya que las políticas urbanísticas en el sur de Italia creo que no han sido tan rigurosas como en el norte).
El borgo murattiano es muy agradable, comercial, lleno de vida a pesar del calor, con restaurantes, heladerías y mucha gente de paseo (si en Italia el paseo es una institución, en Bari lo es con muchísima más fuerza, la gente parece que ha nacido para pasearse). El ambientillo es más que agradable, y cuando se pasa a la ciudad antigua, no cesa, aunque sí que cambia mucho de tono. El casco antiguo de Bari es estrecho, laberíntico, pintoresco como pocos hemos visto, lleno de sabor, de altares kitsch y de colores por todas partes. Pero aquí más que pasearse los locales se deleitan, es un ambiente muy de barrio, muy de personas que se conocen y que se paran a hablar a gritos por la calle, una procesión por aquí, un grupo de personas sentadas en sillas por acá, la tendera que se oye charlando con las clientas más allá... Adorable, la verdad. Especialmente para quien guste de estas estampas que casi no se encuentran ya en Europa, y eso que el dialecto barese no tiene esa alegría del italiano y casi resulta algo rudo. Aún así, el paseo por las calles del centro resulta especial. Bari tiene una reputación de ciudad peligrosa y llena de delincuencia, pero parece que las cosas han cambiado. También lo destacaba la guía, pero en el caso de Bari, parece que con más fortuna que en el de Taranto. Nosotros no tuvimos sensación de peligro ni de sentirnos inseguros o a disgusto. De hecho, y salvo las obligadas visitas a San Nicola de Bari y a la Catedral, nos dedicamos (cansadísimos como estábamos ya) a pasear y a dejarnos llevar por esta ciudad asombrosa y llena de vida.
Bari es una ciudad con un pasado variopinto y multicultural. Una ciudad que siempre ha tenido mucho tráfico de personas y de mercancías y unas influencias culturales que abarcan a los muchos pueblos que la han poseído y que le han dejado su huella. Partiendo de los Ostrogodos, que fueron los primeros en conquistarla tras la caída del Imperio Romano, fue más tarde disputada y conseguida por Lombardos y después los Bizantinos. Posteriormente tomada por los Sarracenos durante parte de los siglos VIII y IX para después ser reconquistada por los Bizantinos de nuevo, que la convirtieron en su principal centro en Occidente. En la edad media conoció también grandes revueltas y finalmente en el 1071 pasó a formar parte de las posesiones de los Normandos que darían lugar al reino de las Dos Sicilias. Además, siempre ha sido una puerta tradicional hacia oriente, sobre todo desde la Edad Media en que se convirtió en puerto principal de salida de las cruzadas y hasta hoy en día en el que es uno de los principales puertos de acogida de la inmigración de los pueblos del Este de Europa. Ello la hace única, llena de sabor y con una intensísima cultura artística y humana, que se respira en cada esquina de la ciudad vieja, en cada gesto, en cada voz, en cada mirada. Yo, como adicto al comportamiento humano que soy, disfruté muchísimo viendo la vida en estado puro por las calles de Bari.
Pero volviendo a los monumentos que visitamos, la Catedral es muy grande y bonita, como el resto de catedrales que habíamos ya visto. Quizá a estas alturas la encontramos menos especial, puesto que estaba llena de gente y es excesivamente grande. Por otro lado, su fachada fue sustituida por una barroca, afortunadamente bastante discreta. Pero si se detiene uno a verla en sus detalles más pequeños, comprueba la altísima calidad de algunas de sus decoraciones, como la de una de las ventanas exteriores, el cimborio, la silla episcopal o el ambón reconstruido a partir del original del s XIII. Muy especiales también las plazas que la rodean, todas muy recoletas y llenas de vida. El campanile, estrecho y blanquísimo, se recorta sobre los tejados y a veces hasta parece más un minarete que un campanario.
San Nicola de Bari, más antiguo, fue comenzada en el año 1089 a raíz del robo por parte de marinos bareses de los supuestos restos del santo en la ciudad de Myra (quizá intentando emular a los venecianos con las reliquias de San Marcos). Es un templo que sirvió más o menos de modelo para todas las catedrales de la zona, generando este especial estilo románico de Puglia. Ello es reconocible desde que se entra en el templo, el más abarrotado de todos por el hecho de ser un importantísimo centro de peregrinación en Italia (me recordaba un poco al ambiente rancio y peregrino de San Antonio de Padua). Sin embargo, en su interior conserva aún muchos elementos posteriores barrocos, sobre todo el techo dorado del XVII, y ello la hizo quizá a mis ojos, menos pura que las demás que habíamos visto. Pero también hay que tener en cuenta que la mayoría de estas catedrales han sido despojadas de estos elementos barrocos y posteriores en un criterio de restauración que estoy seguro que muchos restauradores podrían no estar de acuerdo ya que nos han dejado los templos en un estado de pureza y unidad artística que seguramente sólo tuvieron en un momento muy inicial posterior a su construcción. En fin, la basílica está llena igualmente de elementos destacables, como el ciborio, la cátedra del abad que hizo construir la basílica, el monumento de bona sforza (posterior, del s XVI) y los trípticos y frescos del ábside, de los siglos XIV y XV. Es todo un museo, sin olvidar la impresionante cripta donde reposa el Santo, de columnas y capiteles de animales fantásticos. En ella nos encontramos con una misa que seguían con devoción muchísimos fieles. Al final, es innegable que en Italia sigue habiendo muchos católicos practicantes y devotos.
En fin, empachados de románico dejamos que nuestras impresiones se hicieran lugar tranquilamente en nuestra cabeza sentados en las escalinatas de la basílica saboreándolo con mucha fuerza, pues sabíamos que eran ya nuestros últimos grandes monumentos del viaje. Proseguimos recorriendo todo el paseo marítimo del emperador augusto (en el lado sur del casco histórico), anonadados con los hábitos locales, profundamente mediterráneos y dignos de una película de Fellini. Los locales acuden con sus coches a la hora de la puesta de sol hasta este lungomare, aparcan sus coches en doble y triple fila, y sacan de sus maleteros sus sillas de camping para colocarlas en medio del paseo marítimo y tener la tertulia familiar de la tarde con unas inmejorables vistas. La escena era inenarrable, como os podéis imaginar (no sé ni cómo oso describirla, ja ja ja). Terminamos el paseo en el centro neurálgico de la ciudad, La Piazza Ferrarese, una de las plazas con más sabor y más vida que hemos visto, un poco al estilo del Campo de Fiori de Roma, situada en el limite de la ciudad vieja, es el punto de encuentro y de paseo vespertino de la población local. Toda una delicia, donde nos tomamos un aperitivo local, charlamos con su inventor, el simpático dueño de uno de los cafés que nos contó muchas cosas y hasta nos terminó invitando a un delicioso limoncello hecho por él. La cena también fue muy agradable, en la misma zona, abarrotada de terrazas y gente disfrutando de helados, cenas, cafés, etc.
Cansados ya, dedicamos la última mañana a seguir paseando por las calles del centro de Bari, no sin antes hacer una pausa en la estupenda sede de la editorial Laterza, que está en esta ciudad y que cuenta con una impresionante y moderna librería donde era fácil perderse un buen rato curioseando en sus innumerables rincones. Cayeron algunos ejemplares, por supuesto.
No visitamos nada más, sólo nos dejamos llevar por lo que nos iba llamando la atención, paseamos un poco más por la parte norte del centro, vimos desde fuera el castillo de los aragoneses, nos tomamos varios cafés, alguna granita y terminamos comiendo algo en uno de los restaurantes del ensanche.
En fin, y aquí nos despedimos ya de Puglia. Un viaje que quizá en un primer momento, aunque nos gustó mucho, no nos sorprendió tanto debido probablemente a sus semejanzas con el sur de España (aunque repito, en muchas otras cosas no tiene nada que ver) pero que ahora con el tiempo ha ido (de alguna forma) cristalizando en la memoria y haciéndose un hueco cada vez más grande entre los viajes más bonitos que he hecho nunca. Haberlo estado recordando en estas semanas que hemos pasado del tímido inicio del otoño, aún cálido, a la llegada del frío casi invernal ha sido para mí un ejercicio lleno de luz y de verano, ha sido como vivirlo por segunda vez. Espero haber podido hacéroslo llegar un poco, o al menos la curiosidad de que os acerquéis algún día vosotros también a esta interesante región de Italia, menos conocida que otras, pero llena de personalidad y lugares singulares.
lunes, 3 de noviembre de 2008
viernes, 31 de octubre de 2008
IL GARGANO (6)
El Gargano es un promontorio montañoso que se adentra en el mar Adriático en la parte más septentrional de la región de Puglia, el llamado espolón de Italia. Su interior montañoso está ocupado por el parque nacional del Gargano, que tiene como anexo las Islas Tremiti, situadas al norte del promontorio. Para recorrerlo la intención era entrar por el norte para ver las dos albuferas (lago di Varano y lago di Lesina) que se sitúan en esta zona, antes de iniciarse la montaña. Lo hicimos desviándonos de la autopista de Bari a Pescara, siendo ya el atardecer avanzado, por lo que en estos lagos casi pegados al mar no paramos, pero desde la carretera hay espectaculares vistas de los mismos que pudimos disfrutar con una luz preciosa. Una vez se dejan atrás, la carretera se convierte en una estrecha carretera de montaña plagada de curvas y que se interna en frondosas zonas de bosque. El momento fue precioso, ya que el sol se ponía, casi no había nadie en la carretera, y el fresco había ido en aumento a lo largo de la tarde así que se metía en el coche por las ventanillas. De hecho su posición geográfica y sus montañas hacen que esta región tenga un microclima y sea mucho más húmeda y fresca que el resto de Puglia. Esto, unido a lo espectacular de su costa llena de farallones y a lo pintoresco de sus pueblos encaramados en ellos, la hace un destino turístico de playa para muchísimos italianos, así como extranjeros, principalmente alemanes.
El hotel que habíamos elegido estaba a la salida de Peschici, una de las principales localidades de la zona. Fue un alivio por primera vez necesitar una chaqueta a causa del fresco. El lugar era paradisíaco. A pesar de ser una construcción nueva y las habitaciones decoradas de una manera muy funcional, la luna llena nos permitió vislumbrar que estábamos en un lugar lleno de bosques y con preciosas vistas al mar, como descubriríamos con asombro la mañana siguiente.
Nada más llegar nos fuimos al pueblo de Peschici, en el que había fiesta por lo que estaba bastante animado. Peschici está encaramado a un acantilado sobre el Adriático y deja a un lado una pequeña pero hermosa playa. El sitio nos sorprendió porque ante el aparente silencio de nuestro hotel, en medio de la nada, aquí había música, gente paseando, terrazas llenas. Todo muy turístico, vamos. Paseamos por la calle principal comercial, a rebosar de paseantes curioseando entre las pastelerías, heladerías y tiendas de artesanía y souvenirs. Nos decidimos por un restaurante casi frente a uno de los miradores que dan al mar. Fue una de las mejores cenas de todo el viaje, con pescado y pasta local, burrata y dulces típicos. Todo un festín en un sitio casero y agradable.
Al día siguiente, tras un delicioso desayuno frente al mar en la terraza del hotel, queríamos hacer la ruta de la carretera que va de Peschici a otra de las localidades importantes del Gargano, Vieste. Empezamos por Peschici, que recorrimos ahora de día, fotografiando todos los rincones pintorescos que tiene y sus hermosas vistas . Monumentos no hay, pero es bastante agradable. Continuamos la ruta por la costa, con la idea de volver luego por el interior, pues había dos rutas, ambas con carretera de montaña. La carretera gira y gira entre mar y pinos y nos permitió ya comprobar que hacía mucho viento y el mar estaba bastante picado, pero de un color inexplicable, entre verde y azul.
Vieste también está encaramado a un acantilado, como Peschici, si bien es más grande y deja a ambos lados playas extensas y de arena fina. Recorrimos el pueblo y sus cuestas. Blanco inmaculado, en contraste con el verde intenso del mar y el sol que caía a plomo, pero muy suave por efecto del viento que se intensificaba. Terminamos comiendo algo ligero en la plaza del pueblo intentando no caer tumbados por el viento, y planeando una tarde de relax y sin mucha frustración (veíamos que peligraba nuestra idea de playa con el viento que hacía)
Así que en principio, tras la comida, proseguimos ruta hacia el sur, pensando que encontraríamos alguna playa más resguardada donde tomar el sol y darnos un baño. El caso es que la carretera seguía siendo espectacular y las vistas muy especiales, pero por recortada que era la costa no encontrábamos que en ninguna orientación el viento amainase, así que tras varias paradas, fotos, ratos sentados en lugares con vistas maravillosas, decidimos que lo mejor era volver a Vieste para darnos un baño en la kilométrica playa que se extiende al sur de la localidad.
Así hicimos y, a pesar del viento, vivimos uno de los momentos más especiales del viaje tomando el sol sobre la arena mojada y bañándonos mientras las olas rompían con fuerza en la orilla. Era como si el mundo hubiese desaparecido y sólo existiera aquella playa y nosotros dedicándonos a disfrutarla. Me sentí como cuando pequeño pasábamos las tardes infinitas en la playa, en Galicia, sintiendo cómo el sol bajaba poco a poco sin que el paso del tiempo nos importase lo más mínimo.
La vuelta al hotel la hicimos por el interior, pero no pudimos evitar tomar un poco la carretera que se adentraba en el parque nacional y accedía hasta la parte más densa de la Foresta Umbra, un densísimo y antiguo bosque cuya frontera es nitidísima, pasando del paisaje mediterráneo de la costa, con campos cultivados, vides y olivos a, en sólo 500m, prácticamente a una selva oscura y húmeda, llena de árboles de hoja caduca y musgo. El cambio es brutal y la belleza de este bosque muy intensa, y ya descrita por Plinio y Horacio en la antigüedad.
Llegamos hasta el mismo corazón del bosque y nos dimos un paseo entre domingueros cruzando senderos, prados y hasta un pequeño embalse. Era como estar trasladados unos 800 Kms más al norte en tan sólo unos minutos. Nos pareció increíble, y al día siguiente decidimos que lo cruzaríamos entero hasta el sur del promontorio.
Aún nos dio tiempo de tomarnos un helado en Peschici, y de volver al hotel a descansar un rato antes de, por la noche, acudir de nuevo a cenar. Este vez centrados más en los quesos de la región y el la carne.
A la mañana siguiente, de nuevo desayuno frente al mar recortado de pinos, y salida hacia el sur cruzando la Foresta Umbra, hasta el punto de la tarde anterior y continuando hasta su final a las laderas del Monte Sant'Angelo, situado en la cima de una montaña de más de 700 metros y desde cuya vertiente sur se domina toda la costa de Puglia prácticamente hasta Bari. La idea era simular el camino que los cruzados solían hacer en la Edad Media cuando acudían a los puertos de la Puglia para embarcarse rumbo a Tierras Santas.
La tradición exigía visitar el Monte Sant'Angelo, nacido en el siglo XI como capital de una serie de posesiones normandas en el lugar donde, según la tradición, el Arcángel San Miguel se apareció al Obispo de Siponto (ciudad hoy desaparecida y de la que quedan hoy sólo ruinas y alguna capilla, a los pies del Monte Sant'Angelo) en el año 490. El Arcángel ordenó al obispo dedicar la gruta en la que se le había aparecido al culto cristiano en su nombre. Y así hizo. La cueva aún se puede visitar entrando en el templo que se ha construido en el sitio, en época medieval.
Es, por lo tanto, un lugar de peregrinación y se nota en seguida. La portada del templo, de bellísimos relieves románicos, da entrada a unas largas escaleras que van descendiendo hasta la gruta, donde está la famosa capilla ya convertida en Santuario Nacional por los primeros invasores bárbaros de esta tierra en el siglo VII: los Lombardos, que siempre habían sido fervientes devotos del Arcángel San Miguel. El pueblo no tiene mucho más, un pequeño paseo por su centro urbano, un café delicioso en una cafetería como de otra época, y una breve visita al otro monumento importante del pueblo, el mausoleo de Rotari (rey de los lombardos del 636 al 652), que en realidad constituye el Baptisterio de la Iglesia de San Giovanni, donde no nos perdimos los interesantes y orientalizantes frescos que la decoran.
Monte Sant'Angelo se asoma al sur con unas vistas espectaculares, pues estando a unos 10 km de la costa se eleva casi a 800 metros sobre el nivel del mar. La bajada es muy espectacular, y al llegar a la planicie el paisaje pierde todo el encanto de la montaña y del verde que acabábamos de atravesar. El Gargano conecta con la llanura de Foggia, la segunda en extensión de toda Italia, convertida en uno de los graneros importantes del país. En verano su aspecto plano, seco y amarillento no es demasiado atractivo. Pero en las cercanías de Foggia queríamos visitar algunas cosas más.
Simulando aún las rutas de los cruzados en la edad media, las visitas a las capillas de la desaparecida Siponto eran obligatorias. Si la ciudad, de origen griego, no existe hoy en día a raíz de que tras un terremoto en el siglo XIII (durante el que quedó destruida) la población se trasladó a otra nueva ciudad (la actual Manfredonia), ambas capillas, de estilo románico, aún están en pie. Hoy en día están en medio de la nada, casi como olvidadas en los bordes de la carretera.
A pesar de haber salido del Gargano el calor no había aumentado y aunque el viento había amainado permanecíamos en una temperatura cercana a los 25 grados y con sol, lo cual, en un lugar sin mucha sombra como éste, era de agradecer. Afortunadamente este tiempo nos acompañó ya hasta el final.
Estas capillas (Santa María de Siponto y San Lorenzo) son las dos interesantísimas por su forma poco al uso. Cuadrada la primera, muy grande y especial y con dos naves irregulares la segunda, de la que destacaría la portada, de relieves bellísimos, de los más bonitos de todo el viaje.
El viaje debía continuar, separándonos ya de las rutas de los cruzados, para visitar Lucera y Troia. La primera es una ciudad que conserva muy bien su centro histórico amurallado, por el que dimos un breve paseo antes de visitar su imponente catedral gótica, construida sobre una mezquita que los angevinos destruyeron en el siglo XIII expulsando a la importante comunidad musulmana de la ciudad, que había llegado casi hasta las 20.000 personas y que procedía una recolocación tras una rebelión contra Federico II en Sicilia. También hay un anfiteatro romano, pero que por causa de unos trabajos de restauración no pudimos visitar.
Troia está situada en un alto promontorio en forma de flecha que domina toda la llanura de la provincia de Foggia. Fundada por los bizantinos en el siglo XI como fortaleza de vigilancia dentro de su sistema de defensa de la región y con el objetivo de apoyar la colonización griega, terminó finalmente siendo conquistada por los normandos. Su centro histórico, alargado, adaptándose a la orografía, se conserva muy bien y es tranquilo, casi desierto a las horas del mediodía de un día entre semana de verano como lo era cuando llegamos. Lo importante de Troia, sin embargo, es la Catedral, una de las catedrales románicas más interesantes de toda Italia. Sobre todo por sus interesantes influencias bizantinas y sarracenas, que se observan especialmente en la parte inferior de la portada.
Son de destacar también las puertas de bronce del siglo XII (las principales y las laterales, a cada cual más hermosa y espectacular).
También en el interior, aunque el ábside es de época posterior (gótica) las naves y sus imponentes columnas coronadas de capiteles con relieves espectaculares sobrecogen al visitante, que no puede dejar de mirarlas y mirarlas. Uno de lo más bonitos momentos de este viaje fue descubrirla, de repente, en la pequeña calle a la que da su fachada, y no saber dónde mirar porque la belleza intensa de ese románico contagiado de oriente bizantino y musulmán se esparce por el abultado bestiario que puebla su fachada, por las decoraciones de frisos, ventanas y arcos falsos, por los capiteles y en el púlpito del interior, en el rosetón de mármol compuesto de 11 tramos de celosías diferentes y arabescas... En fin, fueron muchísimos minutos que no nos cansamos de mirar por todos sus lados, un momento inolvidable, sumidos en ese mediodía tibio y silencioso que nos regalaba la jornada.
Después de decidir comer algo, con la pena de no podernos quedar allí más tiempo, resolvimos buscar un lugar en el mismo pueblo, lo cual no parecía tarea fácil ya que a aquellas horas parecía literalmente abandonado. Pocos pasos más abajo de la catedral había una vinoteca con un par de mesas fuera a la sombra. La verdad que daba la impresión de estar cerrado, pero la puerta estaba abierta. Dentro no había nadie. Al ratito salió un chico, casi adolescente, al que pregunté si podíamos tomar algo de comer. Me dijo que sí, y le sugerí si podía prepararnos unas bruschetas y una tabla de quesos. Parecía solo el pobre (luego descubrimos que efectivamente así era) y tardó mucho en prepararlo, así que dudábamos de qué estaba haciendo. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando apareció con una bandeja de las más ricas bruschetas que he comido nunca. No sólo deliciosas, sino preparadas con mucha delicadeza. Los tomates pequeñitos, la panceta de Martina Franca, una ramita de romero, las hierbas aromáticas, los quesos cortados con cuidado, en un plato precioso. Y una cesta de panes variados que estaban espectaculares. En general el pan en Puglia es impresionante, hay que decirlo. Hay muchos pueblos que tienen incluso pan con D.O. Pero es que estos que probamos en Troia eran auténticas delicatessen. En fin, que creo que después de todo lo que habíamos visto, este regalo extra nos hacía rozar la perfección.
El hotel que habíamos elegido estaba a la salida de Peschici, una de las principales localidades de la zona. Fue un alivio por primera vez necesitar una chaqueta a causa del fresco. El lugar era paradisíaco. A pesar de ser una construcción nueva y las habitaciones decoradas de una manera muy funcional, la luna llena nos permitió vislumbrar que estábamos en un lugar lleno de bosques y con preciosas vistas al mar, como descubriríamos con asombro la mañana siguiente.
Nada más llegar nos fuimos al pueblo de Peschici, en el que había fiesta por lo que estaba bastante animado. Peschici está encaramado a un acantilado sobre el Adriático y deja a un lado una pequeña pero hermosa playa. El sitio nos sorprendió porque ante el aparente silencio de nuestro hotel, en medio de la nada, aquí había música, gente paseando, terrazas llenas. Todo muy turístico, vamos. Paseamos por la calle principal comercial, a rebosar de paseantes curioseando entre las pastelerías, heladerías y tiendas de artesanía y souvenirs. Nos decidimos por un restaurante casi frente a uno de los miradores que dan al mar. Fue una de las mejores cenas de todo el viaje, con pescado y pasta local, burrata y dulces típicos. Todo un festín en un sitio casero y agradable.
Al día siguiente, tras un delicioso desayuno frente al mar en la terraza del hotel, queríamos hacer la ruta de la carretera que va de Peschici a otra de las localidades importantes del Gargano, Vieste. Empezamos por Peschici, que recorrimos ahora de día, fotografiando todos los rincones pintorescos que tiene y sus hermosas vistas . Monumentos no hay, pero es bastante agradable. Continuamos la ruta por la costa, con la idea de volver luego por el interior, pues había dos rutas, ambas con carretera de montaña. La carretera gira y gira entre mar y pinos y nos permitió ya comprobar que hacía mucho viento y el mar estaba bastante picado, pero de un color inexplicable, entre verde y azul.
Vieste también está encaramado a un acantilado, como Peschici, si bien es más grande y deja a ambos lados playas extensas y de arena fina. Recorrimos el pueblo y sus cuestas. Blanco inmaculado, en contraste con el verde intenso del mar y el sol que caía a plomo, pero muy suave por efecto del viento que se intensificaba. Terminamos comiendo algo ligero en la plaza del pueblo intentando no caer tumbados por el viento, y planeando una tarde de relax y sin mucha frustración (veíamos que peligraba nuestra idea de playa con el viento que hacía)
Así que en principio, tras la comida, proseguimos ruta hacia el sur, pensando que encontraríamos alguna playa más resguardada donde tomar el sol y darnos un baño. El caso es que la carretera seguía siendo espectacular y las vistas muy especiales, pero por recortada que era la costa no encontrábamos que en ninguna orientación el viento amainase, así que tras varias paradas, fotos, ratos sentados en lugares con vistas maravillosas, decidimos que lo mejor era volver a Vieste para darnos un baño en la kilométrica playa que se extiende al sur de la localidad.
Así hicimos y, a pesar del viento, vivimos uno de los momentos más especiales del viaje tomando el sol sobre la arena mojada y bañándonos mientras las olas rompían con fuerza en la orilla. Era como si el mundo hubiese desaparecido y sólo existiera aquella playa y nosotros dedicándonos a disfrutarla. Me sentí como cuando pequeño pasábamos las tardes infinitas en la playa, en Galicia, sintiendo cómo el sol bajaba poco a poco sin que el paso del tiempo nos importase lo más mínimo.
La vuelta al hotel la hicimos por el interior, pero no pudimos evitar tomar un poco la carretera que se adentraba en el parque nacional y accedía hasta la parte más densa de la Foresta Umbra, un densísimo y antiguo bosque cuya frontera es nitidísima, pasando del paisaje mediterráneo de la costa, con campos cultivados, vides y olivos a, en sólo 500m, prácticamente a una selva oscura y húmeda, llena de árboles de hoja caduca y musgo. El cambio es brutal y la belleza de este bosque muy intensa, y ya descrita por Plinio y Horacio en la antigüedad.
Llegamos hasta el mismo corazón del bosque y nos dimos un paseo entre domingueros cruzando senderos, prados y hasta un pequeño embalse. Era como estar trasladados unos 800 Kms más al norte en tan sólo unos minutos. Nos pareció increíble, y al día siguiente decidimos que lo cruzaríamos entero hasta el sur del promontorio.
Aún nos dio tiempo de tomarnos un helado en Peschici, y de volver al hotel a descansar un rato antes de, por la noche, acudir de nuevo a cenar. Este vez centrados más en los quesos de la región y el la carne.
A la mañana siguiente, de nuevo desayuno frente al mar recortado de pinos, y salida hacia el sur cruzando la Foresta Umbra, hasta el punto de la tarde anterior y continuando hasta su final a las laderas del Monte Sant'Angelo, situado en la cima de una montaña de más de 700 metros y desde cuya vertiente sur se domina toda la costa de Puglia prácticamente hasta Bari. La idea era simular el camino que los cruzados solían hacer en la Edad Media cuando acudían a los puertos de la Puglia para embarcarse rumbo a Tierras Santas.
La tradición exigía visitar el Monte Sant'Angelo, nacido en el siglo XI como capital de una serie de posesiones normandas en el lugar donde, según la tradición, el Arcángel San Miguel se apareció al Obispo de Siponto (ciudad hoy desaparecida y de la que quedan hoy sólo ruinas y alguna capilla, a los pies del Monte Sant'Angelo) en el año 490. El Arcángel ordenó al obispo dedicar la gruta en la que se le había aparecido al culto cristiano en su nombre. Y así hizo. La cueva aún se puede visitar entrando en el templo que se ha construido en el sitio, en época medieval.
Es, por lo tanto, un lugar de peregrinación y se nota en seguida. La portada del templo, de bellísimos relieves románicos, da entrada a unas largas escaleras que van descendiendo hasta la gruta, donde está la famosa capilla ya convertida en Santuario Nacional por los primeros invasores bárbaros de esta tierra en el siglo VII: los Lombardos, que siempre habían sido fervientes devotos del Arcángel San Miguel. El pueblo no tiene mucho más, un pequeño paseo por su centro urbano, un café delicioso en una cafetería como de otra época, y una breve visita al otro monumento importante del pueblo, el mausoleo de Rotari (rey de los lombardos del 636 al 652), que en realidad constituye el Baptisterio de la Iglesia de San Giovanni, donde no nos perdimos los interesantes y orientalizantes frescos que la decoran.
Monte Sant'Angelo se asoma al sur con unas vistas espectaculares, pues estando a unos 10 km de la costa se eleva casi a 800 metros sobre el nivel del mar. La bajada es muy espectacular, y al llegar a la planicie el paisaje pierde todo el encanto de la montaña y del verde que acabábamos de atravesar. El Gargano conecta con la llanura de Foggia, la segunda en extensión de toda Italia, convertida en uno de los graneros importantes del país. En verano su aspecto plano, seco y amarillento no es demasiado atractivo. Pero en las cercanías de Foggia queríamos visitar algunas cosas más.
Simulando aún las rutas de los cruzados en la edad media, las visitas a las capillas de la desaparecida Siponto eran obligatorias. Si la ciudad, de origen griego, no existe hoy en día a raíz de que tras un terremoto en el siglo XIII (durante el que quedó destruida) la población se trasladó a otra nueva ciudad (la actual Manfredonia), ambas capillas, de estilo románico, aún están en pie. Hoy en día están en medio de la nada, casi como olvidadas en los bordes de la carretera.
A pesar de haber salido del Gargano el calor no había aumentado y aunque el viento había amainado permanecíamos en una temperatura cercana a los 25 grados y con sol, lo cual, en un lugar sin mucha sombra como éste, era de agradecer. Afortunadamente este tiempo nos acompañó ya hasta el final.
Estas capillas (Santa María de Siponto y San Lorenzo) son las dos interesantísimas por su forma poco al uso. Cuadrada la primera, muy grande y especial y con dos naves irregulares la segunda, de la que destacaría la portada, de relieves bellísimos, de los más bonitos de todo el viaje.
El viaje debía continuar, separándonos ya de las rutas de los cruzados, para visitar Lucera y Troia. La primera es una ciudad que conserva muy bien su centro histórico amurallado, por el que dimos un breve paseo antes de visitar su imponente catedral gótica, construida sobre una mezquita que los angevinos destruyeron en el siglo XIII expulsando a la importante comunidad musulmana de la ciudad, que había llegado casi hasta las 20.000 personas y que procedía una recolocación tras una rebelión contra Federico II en Sicilia. También hay un anfiteatro romano, pero que por causa de unos trabajos de restauración no pudimos visitar.
Troia está situada en un alto promontorio en forma de flecha que domina toda la llanura de la provincia de Foggia. Fundada por los bizantinos en el siglo XI como fortaleza de vigilancia dentro de su sistema de defensa de la región y con el objetivo de apoyar la colonización griega, terminó finalmente siendo conquistada por los normandos. Su centro histórico, alargado, adaptándose a la orografía, se conserva muy bien y es tranquilo, casi desierto a las horas del mediodía de un día entre semana de verano como lo era cuando llegamos. Lo importante de Troia, sin embargo, es la Catedral, una de las catedrales románicas más interesantes de toda Italia. Sobre todo por sus interesantes influencias bizantinas y sarracenas, que se observan especialmente en la parte inferior de la portada.
Son de destacar también las puertas de bronce del siglo XII (las principales y las laterales, a cada cual más hermosa y espectacular).
También en el interior, aunque el ábside es de época posterior (gótica) las naves y sus imponentes columnas coronadas de capiteles con relieves espectaculares sobrecogen al visitante, que no puede dejar de mirarlas y mirarlas. Uno de lo más bonitos momentos de este viaje fue descubrirla, de repente, en la pequeña calle a la que da su fachada, y no saber dónde mirar porque la belleza intensa de ese románico contagiado de oriente bizantino y musulmán se esparce por el abultado bestiario que puebla su fachada, por las decoraciones de frisos, ventanas y arcos falsos, por los capiteles y en el púlpito del interior, en el rosetón de mármol compuesto de 11 tramos de celosías diferentes y arabescas... En fin, fueron muchísimos minutos que no nos cansamos de mirar por todos sus lados, un momento inolvidable, sumidos en ese mediodía tibio y silencioso que nos regalaba la jornada.
Después de decidir comer algo, con la pena de no podernos quedar allí más tiempo, resolvimos buscar un lugar en el mismo pueblo, lo cual no parecía tarea fácil ya que a aquellas horas parecía literalmente abandonado. Pocos pasos más abajo de la catedral había una vinoteca con un par de mesas fuera a la sombra. La verdad que daba la impresión de estar cerrado, pero la puerta estaba abierta. Dentro no había nadie. Al ratito salió un chico, casi adolescente, al que pregunté si podíamos tomar algo de comer. Me dijo que sí, y le sugerí si podía prepararnos unas bruschetas y una tabla de quesos. Parecía solo el pobre (luego descubrimos que efectivamente así era) y tardó mucho en prepararlo, así que dudábamos de qué estaba haciendo. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando apareció con una bandeja de las más ricas bruschetas que he comido nunca. No sólo deliciosas, sino preparadas con mucha delicadeza. Los tomates pequeñitos, la panceta de Martina Franca, una ramita de romero, las hierbas aromáticas, los quesos cortados con cuidado, en un plato precioso. Y una cesta de panes variados que estaban espectaculares. En general el pan en Puglia es impresionante, hay que decirlo. Hay muchos pueblos que tienen incluso pan con D.O. Pero es que estos que probamos en Troia eran auténticas delicatessen. En fin, que creo que después de todo lo que habíamos visto, este regalo extra nos hacía rozar la perfección.
miércoles, 29 de octubre de 2008
DE CAMINO AL GARGANO (5)
La jornada queríamos dedicarla a terminar de visitar el centro histórico de Trani y alguna otra ciudad de los alrededores, incluyendo la fortaleza de Castel del Monte. En Trani, a pesar de que el paseo por las calles del casco histórico es bastante agradable, debido al calor, nos dirigimos directamente a la catedral previa parada en una panadería para completar sobre la marcha nuestro desayuno. Las panaderías en Puglia fabrican toda suerte de focaccias saladas, panes de pizza y bollerías saladas y dulces que hacen las delicias de cualquier estómago.
Tras calmar el apetito y la gula nos dedicamos al arte. Trani era la primera gran catedral románica que veíamos en Puglia. Y es en realidad una de las más especiales, ante todo por la esbeltez que le proporciona su gran altura unida al hecho de estar totalmente aislada de otros edificios y contar con un inclinadísimo tejado a dos aguas. Su piedra de tono clarísimo recorta el azul intenso del mar sobre la que casi parece erigirse al estar edificada a tan solo unos metros del agua.
Estas catedrales románicas son de influencia principalmente normanda pero tienen una serie de particularidades que hacen que se hable del románico de Puglia, como un estilo diferenciado. Así es. Su planta en forma de T con ábside basilical se repite más o menos en todas. La piedra anaranjada de Puglia también es otro de sus rasgos identificativos, así como sus imponentes alturas, posibles gracias a la ligereza de esta piedra y al hecho de estar todas concebidas con naves techadas con madera. Los arcos de medio punto separando las 3 naves centrales suelen ser muy altas y sus columnas rematadas por bellísimos capiteles. El espacio que se crea en el altar mayor es muy grande, al no contar aquí con ningún tipo de elemento, tan solo las paredes de la nave transversal y el ábside. Y en ellas, tan sólo algunas ventanas. Eso las dota de una elegancia aérea y luminosa difícil de explicar. En la de Trani estuvimos solos, en silencio, con el único sonido del mar cuyas olas casi chocaban contra las paredes de la catedral. Contemplamos las puertas originales de bronce del s XII, que se conservan en el interior, y algo parecía retenernos allí porque nos costó trabajo salir.
No dejamos de visitar la cripta, que como en todas las catedrales de la zona es bastante grande y suele ser de época anterior (en muchas casos es directamente la anterior catedral, conservada como cripta) y en las que debido a su menor tamaño suelen poderse apreciar con muchísima nitidez los impresionantes capiteles llenos de escenas paganas y mitológicas absolutamente perturbadoras, así como interesantes frescos que en su mayoría, debido a la época, suelen tener fuertes influencias bizantinas.
Aún reservamos un ratito más para descansar extasiados en el portal de la catedral, decorado con profusos relieves vegetales de estilo normando, enmarcando escenas de lo más exquisito, como el que decora el título de este blog.
Desde Trani queríamos visitar Barletta y Molfetta. De la primera no guardamos un buen recuerdo pues tuvimos un pequeño incidente con un coche conducido por un adolescente local que sin ser de relevancia, al ser el coche alquilado y empeñarnos nosotros en rellenar al parte, quiso de alguna manera sobornarnos para que no lo hiciéramos. Apareció su padre y la discusión duró bastante. Al final accedimos a su "propuesta" y terminamos sintiéndonos en el centro de un asunto medio mafioso... El resto del viaje soñé a diario con coches que nos perseguían para darnos nuestro merecido por haber insistido en ser legales. Al final nada pasó a mayores, y tampoco los de la casa de alquiler notaron el minúsculo golpe, así que hasta salimos ganando... ¡Qué país!
En Barletta y debido a esto sólo dimos un rápido paseo por el centro visitando un par de iglesias que tampoco terminamos de disfrutar demasiado después del disgusto. Y sobre todo fotografiamos a una de las atracciones del pueblo, El Colosso di Barletta. Un señor coloso que está situado en una de las calles del pueblo y que parece ser que formaría parte de uno de los barcos que en la edad media transportaba un botín de uno de los saqueos de los venecianos a Constantinopla y que debió hundirse frente a las costas de Barletta, donde debió terminar. Los brazos y las piernas de la estatua parece que se fundieron para construir las campanas de la catedral, pero fueron remplazadas por otras medievales, añadiéndole una cruz en una de las manos. Pero por el resto parece que podríamos estar hablando de una estatua romana-bizantina del siglo V.
Después nos dirigimos a Molfetta, también en la costa, donde el punto más importante de atracción lo constituía el Duomo de S. Corrado del siglo XII con su espectacular nave con tres cúpulas de tambor hexagonales.
Desgraciadamente llegamos un poco tarde y justo acababan de cerrarla. Hasta las cinco no la volvían a abrir, pero eso nos descuadraba todo el plan de viaje, así que teniendo en cuenta que el calor era terrible, decidimos buscar un lugar para comer algo y seguir la ruta hasta nuestro siguiente destino que era Castel del Monte, un impresionante y sobrio pero misterioso castillo construido por el emperador Federico II en la cima de una colina dominando una amplísima zona que más o menos está deshabitada. El monumento en cuestión está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO debido a sus extraordinarias y únicas características. El castillo, de forma octogonal, está conformado también por ocho torres (una en cada ángulo) también ellas de forma octogonal. Aunque aparentemente ello parece simbolizar la corona imperial ya que también octogonal es la capilla funeraria de Carlomagno en Aquisgrán, se han intentado establecer otras muchas teorías para explicar el posible y desconocido origen de esta simbología. Entre ellas están las que lo asemejan a la arquitectura musulmana o aquellas que ven relaciones con la pirámide de Gizeh en Egipto o las que investigan su posible relación con la astrología. Lo cierto es que por más que los estudiosos han investigado en ello, aún no se sabe con certeza cuál habría sido el uso de este edificio, ya que ni la situación ni la distribución de habitaciones arrojan mucha luz sobre ninguna de las posibles teorías. Casi se diría que el Castillo bien podría haber sido un capricho del (por otro lado) extravagante e intelectual emperador.
La visita la realizamos a primera hora de la tarde. Ya no hacía tanto calor y la hora hacía que no hubiera mucho turista. El vehículo en verano hay que dejarlo debajo de la colina y un pequeño autobús traslada a los visitantes hasta el castillo. La mayor parte de la visita al castillo (con sólo una pequeña zona dedicada a paneles informativos, que leímos con mucho interés) estuvimos solos, así que la disfrutamos bastante.
Después de semejante visita aún teníamos alguna cosa pendiente. Habíamos visto en la guía la existencia de las ruinas de una basílicabizantina (San Leucio) en las afueras de la localidad de Canosa di Puglia. Allí nos dirigimos, no con mucha fe, pues las indicaciones para llegar a monumentos en las ciudades son inexistentes. Pero lo intentamos. Al final sí que había un cartel que señalaba la dirección en la que se encontraba la ruina, mucho más a las afueras del casco urbano de lo que nos habíamos imaginado. De hecho ya estábamos a punto de darnos la vuelta cuando de repente apareció, en medio de un olivar, la verja de las ruinas, que al final estaban estupendamente conservadas y hasta contaban con un edificio anexo que supongo que tenía el objetivo de convertirse en el futuro en un centro de interpretación. Lo primero que saltaba a la vista era el enorme tamaño que debía tener la basílica. Y es que inicialmente se trataba de un templo griego dedicado a la diosa Minerva que sería transformado en basílica posteriormente, entre los siglos IV y V. La escalinata del templo, de hecho, se observa aún, aunque aparece semienterrada. Sobre la plataforma del templo debió construirse la planta de la basílica, de grandes dimensiones. Queda poco, alguna columna reconstruida, capiteles sueltos, algún bello fragmento del mosaico del suelo... pero la silueta de la planta, con sus ábsides, sí es perfectamente reconocible, y usando la imaginación podemos más o menos reconstruir un templo que debió ser magnífico.
Aún emocionados por el descubrimiento, nos dirigimos a por un café al centro del pueblo y de paso visitamos su interesante catedral, bastante heterogénea, fruto de innumerables adiciones y transformaciones sufridas a lo largo de su amplia historia (los elementos más antiguos son de época lombarda, del siglo VII-VIII). Es interesantísima porque tiene elementos de grandísimo valor, como las columnas, la bóveda a base de cinco cúpulas, el baldaquín románico o la cátedra de mármol del obispo, bellísimamente sostenida por dos elefantes. Después hay muchos añadidos y superpuestos barrocos, y hasta del siglo XX, época en la que fue restaurada y casi reconstruida. Pero la sorpresa más gratificante se encuentra fuera de la iglesia, en uno de los laterales. Se trata del mausoleo de Boemondo D'Altavilla, un caballero cruzado que fue traído aquí y a quien se le construyó como descanso eterno este diminuto edificio en mármol con planta cuadrangular y un pequeño ábside lateral. Su parte superior está dotada de un tambor poligonal sobre el que descansa una cupulita semiesférica. El edificio es minúsculo, pero de un exotismo que hace recordar más a un edificio oriental que a un mausoleo cristiano.
Ya se nos hacía tarde para llegar al Gargano, así que tomamos la autopista hacia el Norte. El viento había estado cambiando durante la tarde, y tras los días de sofoco, una agradable sensación de frescor se apoderaba de nosotros, como anuncio de lo que serían los días próximos visitando esta zona costera y montañosa, la más al norte de toda la región.
Tras calmar el apetito y la gula nos dedicamos al arte. Trani era la primera gran catedral románica que veíamos en Puglia. Y es en realidad una de las más especiales, ante todo por la esbeltez que le proporciona su gran altura unida al hecho de estar totalmente aislada de otros edificios y contar con un inclinadísimo tejado a dos aguas. Su piedra de tono clarísimo recorta el azul intenso del mar sobre la que casi parece erigirse al estar edificada a tan solo unos metros del agua.
Estas catedrales románicas son de influencia principalmente normanda pero tienen una serie de particularidades que hacen que se hable del románico de Puglia, como un estilo diferenciado. Así es. Su planta en forma de T con ábside basilical se repite más o menos en todas. La piedra anaranjada de Puglia también es otro de sus rasgos identificativos, así como sus imponentes alturas, posibles gracias a la ligereza de esta piedra y al hecho de estar todas concebidas con naves techadas con madera. Los arcos de medio punto separando las 3 naves centrales suelen ser muy altas y sus columnas rematadas por bellísimos capiteles. El espacio que se crea en el altar mayor es muy grande, al no contar aquí con ningún tipo de elemento, tan solo las paredes de la nave transversal y el ábside. Y en ellas, tan sólo algunas ventanas. Eso las dota de una elegancia aérea y luminosa difícil de explicar. En la de Trani estuvimos solos, en silencio, con el único sonido del mar cuyas olas casi chocaban contra las paredes de la catedral. Contemplamos las puertas originales de bronce del s XII, que se conservan en el interior, y algo parecía retenernos allí porque nos costó trabajo salir.
No dejamos de visitar la cripta, que como en todas las catedrales de la zona es bastante grande y suele ser de época anterior (en muchas casos es directamente la anterior catedral, conservada como cripta) y en las que debido a su menor tamaño suelen poderse apreciar con muchísima nitidez los impresionantes capiteles llenos de escenas paganas y mitológicas absolutamente perturbadoras, así como interesantes frescos que en su mayoría, debido a la época, suelen tener fuertes influencias bizantinas.
Aún reservamos un ratito más para descansar extasiados en el portal de la catedral, decorado con profusos relieves vegetales de estilo normando, enmarcando escenas de lo más exquisito, como el que decora el título de este blog.
Desde Trani queríamos visitar Barletta y Molfetta. De la primera no guardamos un buen recuerdo pues tuvimos un pequeño incidente con un coche conducido por un adolescente local que sin ser de relevancia, al ser el coche alquilado y empeñarnos nosotros en rellenar al parte, quiso de alguna manera sobornarnos para que no lo hiciéramos. Apareció su padre y la discusión duró bastante. Al final accedimos a su "propuesta" y terminamos sintiéndonos en el centro de un asunto medio mafioso... El resto del viaje soñé a diario con coches que nos perseguían para darnos nuestro merecido por haber insistido en ser legales. Al final nada pasó a mayores, y tampoco los de la casa de alquiler notaron el minúsculo golpe, así que hasta salimos ganando... ¡Qué país!
En Barletta y debido a esto sólo dimos un rápido paseo por el centro visitando un par de iglesias que tampoco terminamos de disfrutar demasiado después del disgusto. Y sobre todo fotografiamos a una de las atracciones del pueblo, El Colosso di Barletta. Un señor coloso que está situado en una de las calles del pueblo y que parece ser que formaría parte de uno de los barcos que en la edad media transportaba un botín de uno de los saqueos de los venecianos a Constantinopla y que debió hundirse frente a las costas de Barletta, donde debió terminar. Los brazos y las piernas de la estatua parece que se fundieron para construir las campanas de la catedral, pero fueron remplazadas por otras medievales, añadiéndole una cruz en una de las manos. Pero por el resto parece que podríamos estar hablando de una estatua romana-bizantina del siglo V.
Después nos dirigimos a Molfetta, también en la costa, donde el punto más importante de atracción lo constituía el Duomo de S. Corrado del siglo XII con su espectacular nave con tres cúpulas de tambor hexagonales.
Desgraciadamente llegamos un poco tarde y justo acababan de cerrarla. Hasta las cinco no la volvían a abrir, pero eso nos descuadraba todo el plan de viaje, así que teniendo en cuenta que el calor era terrible, decidimos buscar un lugar para comer algo y seguir la ruta hasta nuestro siguiente destino que era Castel del Monte, un impresionante y sobrio pero misterioso castillo construido por el emperador Federico II en la cima de una colina dominando una amplísima zona que más o menos está deshabitada. El monumento en cuestión está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO debido a sus extraordinarias y únicas características. El castillo, de forma octogonal, está conformado también por ocho torres (una en cada ángulo) también ellas de forma octogonal. Aunque aparentemente ello parece simbolizar la corona imperial ya que también octogonal es la capilla funeraria de Carlomagno en Aquisgrán, se han intentado establecer otras muchas teorías para explicar el posible y desconocido origen de esta simbología. Entre ellas están las que lo asemejan a la arquitectura musulmana o aquellas que ven relaciones con la pirámide de Gizeh en Egipto o las que investigan su posible relación con la astrología. Lo cierto es que por más que los estudiosos han investigado en ello, aún no se sabe con certeza cuál habría sido el uso de este edificio, ya que ni la situación ni la distribución de habitaciones arrojan mucha luz sobre ninguna de las posibles teorías. Casi se diría que el Castillo bien podría haber sido un capricho del (por otro lado) extravagante e intelectual emperador.
La visita la realizamos a primera hora de la tarde. Ya no hacía tanto calor y la hora hacía que no hubiera mucho turista. El vehículo en verano hay que dejarlo debajo de la colina y un pequeño autobús traslada a los visitantes hasta el castillo. La mayor parte de la visita al castillo (con sólo una pequeña zona dedicada a paneles informativos, que leímos con mucho interés) estuvimos solos, así que la disfrutamos bastante.
Después de semejante visita aún teníamos alguna cosa pendiente. Habíamos visto en la guía la existencia de las ruinas de una basílicabizantina (San Leucio) en las afueras de la localidad de Canosa di Puglia. Allí nos dirigimos, no con mucha fe, pues las indicaciones para llegar a monumentos en las ciudades son inexistentes. Pero lo intentamos. Al final sí que había un cartel que señalaba la dirección en la que se encontraba la ruina, mucho más a las afueras del casco urbano de lo que nos habíamos imaginado. De hecho ya estábamos a punto de darnos la vuelta cuando de repente apareció, en medio de un olivar, la verja de las ruinas, que al final estaban estupendamente conservadas y hasta contaban con un edificio anexo que supongo que tenía el objetivo de convertirse en el futuro en un centro de interpretación. Lo primero que saltaba a la vista era el enorme tamaño que debía tener la basílica. Y es que inicialmente se trataba de un templo griego dedicado a la diosa Minerva que sería transformado en basílica posteriormente, entre los siglos IV y V. La escalinata del templo, de hecho, se observa aún, aunque aparece semienterrada. Sobre la plataforma del templo debió construirse la planta de la basílica, de grandes dimensiones. Queda poco, alguna columna reconstruida, capiteles sueltos, algún bello fragmento del mosaico del suelo... pero la silueta de la planta, con sus ábsides, sí es perfectamente reconocible, y usando la imaginación podemos más o menos reconstruir un templo que debió ser magnífico.
Aún emocionados por el descubrimiento, nos dirigimos a por un café al centro del pueblo y de paso visitamos su interesante catedral, bastante heterogénea, fruto de innumerables adiciones y transformaciones sufridas a lo largo de su amplia historia (los elementos más antiguos son de época lombarda, del siglo VII-VIII). Es interesantísima porque tiene elementos de grandísimo valor, como las columnas, la bóveda a base de cinco cúpulas, el baldaquín románico o la cátedra de mármol del obispo, bellísimamente sostenida por dos elefantes. Después hay muchos añadidos y superpuestos barrocos, y hasta del siglo XX, época en la que fue restaurada y casi reconstruida. Pero la sorpresa más gratificante se encuentra fuera de la iglesia, en uno de los laterales. Se trata del mausoleo de Boemondo D'Altavilla, un caballero cruzado que fue traído aquí y a quien se le construyó como descanso eterno este diminuto edificio en mármol con planta cuadrangular y un pequeño ábside lateral. Su parte superior está dotada de un tambor poligonal sobre el que descansa una cupulita semiesférica. El edificio es minúsculo, pero de un exotismo que hace recordar más a un edificio oriental que a un mausoleo cristiano.
Ya se nos hacía tarde para llegar al Gargano, así que tomamos la autopista hacia el Norte. El viento había estado cambiando durante la tarde, y tras los días de sofoco, una agradable sensación de frescor se apoderaba de nosotros, como anuncio de lo que serían los días próximos visitando esta zona costera y montañosa, la más al norte de toda la región.
viernes, 24 de octubre de 2008
DE SUR A NORTE PASANDO POR MATERA (4)
Debíamos terminar nuestro recorrido por el sur de la región y dirigirnos al norte de Bari, concretamente a Trani, que sería nuestro destino aquel día. Pero antes debíamos pasar por Taranto, donde queríamos hacer una breve parada, y en Matera, donde sí queríamos ver con calma la ciudad.
Taranto se convirtió en el capítulo más desagradable del viaje. A pesar de que la ciudad teóricamente no tiene nada para ser fea, comenzando por su ubicación geográfica, en una isla casi unida a tierra por sus dos extremos, dejando a un lado una especie de mar interior y el propio golfo de Taranto al exterior, el paisaje está muy degradado por la construcción masiva de fabricas y polos industriales. El ensanche es como el de otras ciudades italianas, pero estaba bastante vacío porque era domingo. Pero en cuanto entramos en la isla se nos vino el alma a los pies. La degradación del paisaje urbano es espectacular (y eso que las guías dicen que ya se ha recuperado bastante). Hay mucha suciedad, edificios abandonados, semidestruídos, y gente muy poco amigable por las calles. Así que nos internamos sólo un poco a pie, lo justo para llegar a la catedral, que es una hermosísima catedral románica con unos capiteles impresionantes y una cripta muy muy interesante. Pero salimos de allí corriendo. Qué pena, pensé. Porque los lugares en sí no eran feos, más bien todo lo contrario. Pero la sensación de la ciudad no es cálida. En fin, espero que algún día pueda volver para cambiar de opinión.
El camino a Matera va abandonando los paisajes propios de la costa y se va internando en un paisaje seco y desolado. Cuando llegamos a Basilicata (pues Matera está en la región de Basilicata) la imagen era un poco como la de una Castilla de llanuras infinitas y coloreadas de ese amarillo que dejan los campos de cereal cuando están secos. La ciudad es Patrimonio de la Humanidad, y tras un par de decenios de duro trabajo se ha acondicionado para acoger un turismo de interior y piedras que gusta de alojarse en casas con encanto y disfrutar del aislamiento y el silencio. Pero cuento un poco el interés de esta ciudad.
Matera está construida sobre un cañón de un río, y desde la edad media, mucha población había ido construyendo casas en forma de cueva en las paredes del cañón. La ciudad ocupa digamos dos (especie de) colinas, y en las hondonadas es donde tenemos estas construcciones. Las más humildes, prácticamente casas-cueva. Las que son más casa que cueva se amontonan unas encima de otras en las paredes de la roca de las colinas que tiene la orografía del terreno. Es complejo de describir, pero ninguna fotografía puede explicar la impresión de la llegada y de las vistas a esta ciudad y sus diferentes colinas (o "sassi", literalmente piedras, que es así como llaman a las dos colinas o "barrios" donde se disponen las viviendas).
Las condiciones de vida de la población en este lugar causaron un gran impacto al escritor Carlo Levi durante su "confinamiento" en el sur del país en la época de Mussolini. Aquello le inspiró para escribir la novela, publicada más tarde con grandísima repercusión, en 1945, Cristo si è fermato a Eboli (Cristo se paró en Éboli), donde denuncia la situación de pobreza e insalubridad de gran parte de la población del Mezzogiorno italiano, en comparación con la situación del próspero norte. La situación puso el foco de atención en las desigualdades económicas de Italia y ayudó mucho a crear una conciencia al respecto. En Matera la gente vivía sin electricidad ni agua, y contaban con un sistema prácticamente prehistórico (a la vez que audaz) par la canalización del agua. Afortunadamente a partir de los años 50, comenzó a trasladarse a la población a la parte alta de la ciudad (a la llanura) donde se construyó la nueva Matera (terriblemente fea, por cierto). Algunos, de todas formas, no quisieron abandonar sus casas. Pero la cuidad ha seguido siendo fuente de inspiración, y Pier Paolo Passolini rodaba allí su sobrecogedora Pasión según San Mateo, asombrando al mundo con las localizaciones de Matera. Muchas otras películas se han rodado allí, entre ellas y por seguir en la misma línea, la violenta y polémica Pasión de Cristo de Mel Gibson.
Con la declaración del conjunto como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO comenzó un importante trabajo de restauración y de creación de empleo turístico sostenible en la cuidad de los sassi, que ha permitido traer todas las comodidades de la vida moderna a este lugar. La importantísima inversión económica se ha hecho con mucho acierto y no ha destruido demasiado la esencia de la ciudad, donde uno puede perderse por horas entre sus callejuelas, sus escaleras, arcos, plazuelas, todas de un color parduzco inimitable. O visitar las impresionantes iglesias y monasterios rupestres con abundantes frescos de diversas épocas. Uno de ellos, situado en el último sasso, es en realidad un conjunto de 5 iglesias excavadas en la roca que resultan muy impresionantes para el viajero que llega a ellas como final de paseo de la ciudad porque además desde las mismas se observa una panorámica estupenda de Matera.
Fueron varias horas de perdernos por las callejuelas de Matera bajo el imponente sol y el calor asfixiante, pero no nos pesaba nada. Era como estar en otro mundo, en otra vida, en otra historia. Además, la escasa afluencia de turistas ese día contribuyó mucho a sentirnos casi en una ciudad abandonada y a poderlo vivir, por lo tanto, de una manera bastante especial.
De camino a nuestro destino final de la jornada, paramos en la ciudad de Gravina in Puglia, que como su nombre indica esta situada al igual que Matera en un cañón de un río. En ella hay una iglesia excavada en la roca (casi una catedral, como rezaba la guía al hablar de sus frescos y sus cinco naves). Pero como tantas otras veces en el viaje, incluso cuando conseguimos llegar donde estaba, a pesar de la nula señalización, descubrimos con pena que estaba cerrada con una verja y que era imposible ver nada. Es un poco desconcertante la desidia con la que te encuentras gran cantidad de monumentos inaccesibles y (lo que es más grave) sin ningún tipo de vigilancia, señalización de horario de apertura ni nada que se le parezca. En fin, imaginamos cómo sería por lo que veíamos desde la cancela, pero nos quedamos con las ganas. Afortunadamente Gravina es una ciudad agradable y el paseo no fue del todo en vano. Cuenta con un par de iglesias interesantes y una gran catedral barroca con algún vestigio románico en una plaza muy agradable.
La llegada a Trani ya anocheciendo fue un poco tumultuosa. La sensación de sofoco era tremenda debida al intenso calor y al alto grado de humedad en el ambiente. Nos costó encontrar el Bed & Breakfast, pues finalmente se trataba de un apartamento en un bloque de pisos de playa normales. El dueño, un chico de nuestra edad bastante agradable pero algo chulillo, como tantos italianos que están aparentemente como de vuelta de todo. El sitio no me gustó mucho, pero era sólo una noche, y lo bonito que es Trani lo compensó con creces.
Por la noche seguía el calor y la humedad. La sensación era sumamente desagradable, casi como en un país tropical. Así que a pesar de que el paseo hasta el centro de la ciudad era muy bonito, con casas y calles de piedra y mucha gente celebrando las fiestas de la ciudad (hasta fuegos artificiales tuvimos) en seguida estábamos cansadísimos de agotamiento.
El puerto de Trani es muy especial, muy acogedor, y en uno de sus extremos está, aislada y junto al borde del mar, la catedral románica. Una catedral esbeltísima desde fuera, por ser de una piedra blanquecina preciosa y por destacar su elevación mucho más al estar aislada de los demás edificios y contar con un tejado a dos aguas con un ángulo muy agudo. La alta torre del campanile se recorta casi como un faro. En fin, realmente muy especial. Una pena el calor que hacía. Terminamos cenando en un lugar de comida típica pero con productos biológicos. Pero tampoco pudimos disfrutar mucho de la terraza ni de la comida. Ya me imaginaba un resto del viaje en esas condiciones y me entraba de todo, pero afortunadamente los vientos rolaron y al día siguiente, poco a poco la temperatura fue bajando hasta unos niveles no sólo tolerables, sino más que agradables.
Taranto se convirtió en el capítulo más desagradable del viaje. A pesar de que la ciudad teóricamente no tiene nada para ser fea, comenzando por su ubicación geográfica, en una isla casi unida a tierra por sus dos extremos, dejando a un lado una especie de mar interior y el propio golfo de Taranto al exterior, el paisaje está muy degradado por la construcción masiva de fabricas y polos industriales. El ensanche es como el de otras ciudades italianas, pero estaba bastante vacío porque era domingo. Pero en cuanto entramos en la isla se nos vino el alma a los pies. La degradación del paisaje urbano es espectacular (y eso que las guías dicen que ya se ha recuperado bastante). Hay mucha suciedad, edificios abandonados, semidestruídos, y gente muy poco amigable por las calles. Así que nos internamos sólo un poco a pie, lo justo para llegar a la catedral, que es una hermosísima catedral románica con unos capiteles impresionantes y una cripta muy muy interesante. Pero salimos de allí corriendo. Qué pena, pensé. Porque los lugares en sí no eran feos, más bien todo lo contrario. Pero la sensación de la ciudad no es cálida. En fin, espero que algún día pueda volver para cambiar de opinión.
El camino a Matera va abandonando los paisajes propios de la costa y se va internando en un paisaje seco y desolado. Cuando llegamos a Basilicata (pues Matera está en la región de Basilicata) la imagen era un poco como la de una Castilla de llanuras infinitas y coloreadas de ese amarillo que dejan los campos de cereal cuando están secos. La ciudad es Patrimonio de la Humanidad, y tras un par de decenios de duro trabajo se ha acondicionado para acoger un turismo de interior y piedras que gusta de alojarse en casas con encanto y disfrutar del aislamiento y el silencio. Pero cuento un poco el interés de esta ciudad.
Matera está construida sobre un cañón de un río, y desde la edad media, mucha población había ido construyendo casas en forma de cueva en las paredes del cañón. La ciudad ocupa digamos dos (especie de) colinas, y en las hondonadas es donde tenemos estas construcciones. Las más humildes, prácticamente casas-cueva. Las que son más casa que cueva se amontonan unas encima de otras en las paredes de la roca de las colinas que tiene la orografía del terreno. Es complejo de describir, pero ninguna fotografía puede explicar la impresión de la llegada y de las vistas a esta ciudad y sus diferentes colinas (o "sassi", literalmente piedras, que es así como llaman a las dos colinas o "barrios" donde se disponen las viviendas).
Las condiciones de vida de la población en este lugar causaron un gran impacto al escritor Carlo Levi durante su "confinamiento" en el sur del país en la época de Mussolini. Aquello le inspiró para escribir la novela, publicada más tarde con grandísima repercusión, en 1945, Cristo si è fermato a Eboli (Cristo se paró en Éboli), donde denuncia la situación de pobreza e insalubridad de gran parte de la población del Mezzogiorno italiano, en comparación con la situación del próspero norte. La situación puso el foco de atención en las desigualdades económicas de Italia y ayudó mucho a crear una conciencia al respecto. En Matera la gente vivía sin electricidad ni agua, y contaban con un sistema prácticamente prehistórico (a la vez que audaz) par la canalización del agua. Afortunadamente a partir de los años 50, comenzó a trasladarse a la población a la parte alta de la ciudad (a la llanura) donde se construyó la nueva Matera (terriblemente fea, por cierto). Algunos, de todas formas, no quisieron abandonar sus casas. Pero la cuidad ha seguido siendo fuente de inspiración, y Pier Paolo Passolini rodaba allí su sobrecogedora Pasión según San Mateo, asombrando al mundo con las localizaciones de Matera. Muchas otras películas se han rodado allí, entre ellas y por seguir en la misma línea, la violenta y polémica Pasión de Cristo de Mel Gibson.
Con la declaración del conjunto como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO comenzó un importante trabajo de restauración y de creación de empleo turístico sostenible en la cuidad de los sassi, que ha permitido traer todas las comodidades de la vida moderna a este lugar. La importantísima inversión económica se ha hecho con mucho acierto y no ha destruido demasiado la esencia de la ciudad, donde uno puede perderse por horas entre sus callejuelas, sus escaleras, arcos, plazuelas, todas de un color parduzco inimitable. O visitar las impresionantes iglesias y monasterios rupestres con abundantes frescos de diversas épocas. Uno de ellos, situado en el último sasso, es en realidad un conjunto de 5 iglesias excavadas en la roca que resultan muy impresionantes para el viajero que llega a ellas como final de paseo de la ciudad porque además desde las mismas se observa una panorámica estupenda de Matera.
Fueron varias horas de perdernos por las callejuelas de Matera bajo el imponente sol y el calor asfixiante, pero no nos pesaba nada. Era como estar en otro mundo, en otra vida, en otra historia. Además, la escasa afluencia de turistas ese día contribuyó mucho a sentirnos casi en una ciudad abandonada y a poderlo vivir, por lo tanto, de una manera bastante especial.
De camino a nuestro destino final de la jornada, paramos en la ciudad de Gravina in Puglia, que como su nombre indica esta situada al igual que Matera en un cañón de un río. En ella hay una iglesia excavada en la roca (casi una catedral, como rezaba la guía al hablar de sus frescos y sus cinco naves). Pero como tantas otras veces en el viaje, incluso cuando conseguimos llegar donde estaba, a pesar de la nula señalización, descubrimos con pena que estaba cerrada con una verja y que era imposible ver nada. Es un poco desconcertante la desidia con la que te encuentras gran cantidad de monumentos inaccesibles y (lo que es más grave) sin ningún tipo de vigilancia, señalización de horario de apertura ni nada que se le parezca. En fin, imaginamos cómo sería por lo que veíamos desde la cancela, pero nos quedamos con las ganas. Afortunadamente Gravina es una ciudad agradable y el paseo no fue del todo en vano. Cuenta con un par de iglesias interesantes y una gran catedral barroca con algún vestigio románico en una plaza muy agradable.
La llegada a Trani ya anocheciendo fue un poco tumultuosa. La sensación de sofoco era tremenda debida al intenso calor y al alto grado de humedad en el ambiente. Nos costó encontrar el Bed & Breakfast, pues finalmente se trataba de un apartamento en un bloque de pisos de playa normales. El dueño, un chico de nuestra edad bastante agradable pero algo chulillo, como tantos italianos que están aparentemente como de vuelta de todo. El sitio no me gustó mucho, pero era sólo una noche, y lo bonito que es Trani lo compensó con creces.
Por la noche seguía el calor y la humedad. La sensación era sumamente desagradable, casi como en un país tropical. Así que a pesar de que el paseo hasta el centro de la ciudad era muy bonito, con casas y calles de piedra y mucha gente celebrando las fiestas de la ciudad (hasta fuegos artificiales tuvimos) en seguida estábamos cansadísimos de agotamiento.
El puerto de Trani es muy especial, muy acogedor, y en uno de sus extremos está, aislada y junto al borde del mar, la catedral románica. Una catedral esbeltísima desde fuera, por ser de una piedra blanquecina preciosa y por destacar su elevación mucho más al estar aislada de los demás edificios y contar con un tejado a dos aguas con un ángulo muy agudo. La alta torre del campanile se recorta casi como un faro. En fin, realmente muy especial. Una pena el calor que hacía. Terminamos cenando en un lugar de comida típica pero con productos biológicos. Pero tampoco pudimos disfrutar mucho de la terraza ni de la comida. Ya me imaginaba un resto del viaje en esas condiciones y me entraba de todo, pero afortunadamente los vientos rolaron y al día siguiente, poco a poco la temperatura fue bajando hasta unos niveles no sólo tolerables, sino más que agradables.
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