lunes, 13 de octubre de 2008

Lecce (2)

El camino desde Martina Franca hasta Lecce transcurre paralelo al mar hasta Brindisi. Nosotros lo iniciamos desde la localidad de Fasano ya que pretendíamos visitar la iglesia troglodita que se encuentra en las afueras de esta ciudad. El aspecto cerrado del día anterior que achacamos a la hora tardía que era volvía a ser el mismo a la mañana siguiente, así que optamos por penetrar en el recinto vallado por un pequeño hueco y caminar por el campo con la esperanza de dar con las ruinas, ya que aparentemente no había señalización alguna. Siguiendo el cauce de un pequeño riachuelo llegamos por fin a la serie de casas cueva.



En realidad estaba todo bastante restaurado y hasta con algún que otro panel explicativo. La restauración estaba realizada con fondos europeos, pero parece que no hay ningún tipo de mantenimiento. Es una pena, pero una tónica en el sur de Italia, la desidia y el aparente desinterés por poner en valor los monumentos y cuidar de ellos. Afortunadamente la iglesia estaba cerrada con una valla que impedía penetrar en ella. Conseguí hacer unas fotos de los frescos del interior. Era la primera muestra de lo que luego se convertiría en la consciencia del inmenso patrimonio bizantino de estas características que está diseminado por toda la región. Si las iglesias construidas en piedra apenas han sobrevivido, aquellas excavadas en la roca sí que lo han hecho, y constituyen una muestra de la inmensa huella cultural Bizantina a pesar de la intermitencia y a veces fragilidad de su presencia en el sur de Italia.
Continuamos el viaje paralelos al mar hasta la ciudad de Ostuni.


Una ciudad con una personalidad única, levantada sobre un promontorio a unos 8 Km. del mar, entre campos interminables de olivos, todos esos que pueblan la península salentina y que en todo momento nos atrajeron por su elevada edad, pues a veces eran verdaderos bosques de olivos centenarios (y apuesto a que milenarios también) los que se extendían ante nuestros ojos, salpicados sólo de vez en cuando por alguna Masseria (edificio cuyo uso se aproxima bastante al cortijo andaluz). Ostuni es un pueblo pintoresco y blanco, de casas apiñadas y callejuelas estrechas y llenas de pasadizos donde de repente se aparece la vista lejana del mar sobre los campos de olivos. Un lugar muy fotogénico donde no hay nada de especial relevancia artística, pero el conjunto merece muchísimo la pena para un paseo relajado.



Después de Ostuni continuamos hasta el mar que se nos había ya metido en los ojos desde las alturas de la ciudad. Así que nos acercamos hasta las playas cercanas a Torre Guaceto y allí nos dimos un baño y disfrutamos de unos maravillosos pescados recién hechos a la parrilla en un lugar que tampoco vimos que estuviera masificado.
Nuestra siguiente parada era Brindisi, un poco más al sur. Es una ciudad con mucha historia (puerto de partida para las cruzadas y hoy puerto de llegada para muchísima inmigración procedente sobre todo de Albania) pero que ha sido sometida a tal ejercicio de destrucción urbanística que no tiene encanto alguno. Un par de iglesias románicas que nos fue imposible visitar por dentro (y la pena que nos dio pues a tenor de la arquitectura y los relieves externos debían ser bastante interesantes) y el final de la Via Apia señalada por dos imponentes columnas blancas que asaltan al turista casi sin anuncio previo justo al llegar al lugar donde el brazo de mar que llega a Brindisi se divide en 2 para rodear ambos lados del centro urbano.

El resto, casas y calles destartaladas, sensación de suciedad y desorden. Hasta el helado que nos tomamos en la zona del puerto nos pareció bastante mediocre. Así que la visita no duró más de una hora, y nos pusimos en marcha para hacer el último tramo de la jornada, encaminándonos hacia el corazón del Salento, a su bellísima capital, Lecce. Como habíamos reservado un Bed&Breakfast en el centro histórico debíamos quedar con el propietario a la entrada de la ciudad para que nos diera la correspondiente tarjeta de acceso del vehículo a la parte histórica y nos condujera por el complejo entramado de calles hasta el alojamiento. Y así hicimos. El chico, que luego demostró ser muy servicial aunque bastante friki, nos estaba esperando a la entrada del casco histórico y nos pidió que lo siguiéramos. La entrada al centro, rodeando primero las murallas por el boulevard que discurre junto a ellas para entrar después a través de la puerta que da entrada a la via Giuseppe Libertini, es tan profusamente monumental que yo sentía que me quedaba sin respiración. La primera impresión la proporciona el carácter agradable y antiguo de calles estrechas pero repletas de edificios grandes y palaciegos. La sinuosidad del trazado de las calles, cuya irregularidad da lugar espacios urbanos con mucha personalidad, tales como placitas, rincones y codos de callejas, ensanchamientos, cruces de calles asimétricos. Y todo ello dotado de un aire señorial que la condensación de palacios hace inevitable.


Creo que fue todo un acierto quedarnos en el mismo corazón del casco histórico, justo detrás de la catedral. No sólo por la propia belleza del entorno, sino por lo agradable que es el centro de Lecce y la posibilidad de sentirnos en aquellos escasos tres días como auténticos habitantes de la ciudad, saliendo de nuestro pequeño apartamento a esas calles que, una vez bajamos del coche, descubrimos que tenían aún más sabor del que suponíamos.
A pesar de que Lecce tiene muchos monumentos interesantes, creo que el secreto de su belleza está en el urbanismo que ha creado. Por supuesto visitamos las bellísimas iglesias barrocas, la catedral y su incomparable plaza, las ruinas del anfiteatro romano, en plena plaza principal de la ciudad. Pero creo que la imagen más viva de Lecce me queda de los larguísimos paseos que dimos perdiéndonos en sus callejuelas estrechas en las que sin embargo los grandes edificios palaciegos que las conforman les imprimen una verticalidad que por un lado aumenta esa sensación de sentirnos pequeños, casi como un ser diminuto en una ciudad de juguete, y por otro la profunda sensación de teatralidad del escenario de sus calles, casi imaginadas como para representar una continua e interminable obra. Todo ello se ve reforzado en las tardes de verano por esa inflexión especial de los rayos de sol vespertinos sobre la piedra anaranjada en la que están construidos la casi totalidad de los edificios de la ciudad.




Desde mi punto de vista, el origen de toda esta belleza absolutamente particular está en la combinación de varias cosas. En primer lugar el hecho de ser una ciudad con un trazado muy medieval de las calles que en época del barroco y debido al florecimiento económico e intelectual de la ciudad se fue transformando mediante la arquitectura al gusto de este periodo. Pero no se diseñó una nueva ciudad como en otros centros sí sucedió, sino que en la mayoría de los casos lo que se hizo fue vestir la ciudad medieval con fachadas barrocas.




La piedra que se usó, procedente de las proximidades, era lo suficientemente maleable como para proporcionar cierta facilidad para realizar los grabados, relieves y formas sobre ella de manera fácil y por lo tanto económica y por otro lado está dotada de un color naranja que la hace bellísima al estar iluminada por la luz del sol, especialmente en las últimas horas del día. Por eso, en Lecce lo que hay que hacer es dejarse llevar por el laberinto de sus callejuelas. Caminar, respirar la ciudad, dejarse sorprender por los edificios, las plazas, los espacios, las atmósferas, la luz de cada momento... Hay que dejar que la ciudad viva delante de nosotros, que sus calles nos traguen para susurrarnos lentamente la clave de su belleza.


En mi memoria quedará para siempre aquel primer encuentro, recién anochecido, entrando casi con la respiración paralizada en el espacio cerrado y especial que es la Piazza del Duomo. Esta Florencia del Sur, como también es llamada, creo que no disgusta a nadie. Por su belleza, pero también por ese carácter de los salentinos, abierto, alegre, vital, que (al menos en verano) inunda los espacios y los contagia de una atmósfera intensa y especial. Prueba de ello la tuvimos la segunda noche, que nos acercamos a un pueblito cercano para asistir a un multitudinario festival gastronómico y musical en el que comprobamos el buen humor y la alegría de esta gente, y donde dimos buena cuenta de especialidades locales (es curioso, los puestos de comida más local estaban vacíos frente a los que despachaban salchichas, que registraban largas colas). También tuvimos ocasión de escuchar la música local, muy alegre y movida, estilo tarantella, mientras otros la bailaban. Me di cuenta de cómo a pesar de todo, la gente en este tipo de acontecimientos allí es mucho más cívica que en nuestro país, y ni en fiestas llenas de personas, música y bebida, olvida ser limpio, respetar a los demás y no desbarrar como sin duda harían aquí en España, donde tan sólo quizá en Cataluña recuerdo haber visto acontecimientos de este tipo disfrutados desde el civismo.

2 comentarios:

Fenjx dijo...

ya has vuelto ulises
(yo mientras he tejido y destejido historias nuevas y viejas y quizá algún retalito lo tienda al sol de mi nueva terraza)
acabo de descubrir tu nuevo rinconcito
espero contagiarme de tu entusiasmo viajero que perdí hace años motivado por una dolorosa compañía en la ciudad de florencia
quizá deba volver allí
y buscarlo debajo los adoquines de alguna de sus plazas o entre las piernas del david

Alfredo dijo...

Vaya, enhorabuena por tu nuevo blog. De Italia sólo conozco Nápoles, Roma, y de allí hacia arriba. Esta página me hace desear un nuevo viaje.